Vivir en la ciudad.

Habitat. Editorial Blume. Barcelona 1975

 

¿Qué representa vivir en un ambiente urbano para un arquitecto o precisando, qué representa para mí?

Desde que empecé mis estudios en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, hace ya de ello 28 años, no he dejado de escuchar lugares comunes acerca de la irreversible decadencia de las ciudades y las delicias de la vida campestre. Sin embargo a lo largo de estas décadas a continuado la irrefrenable inmigración hacia las grandes urbes mientras que han sido muy pocos los cursis que han huido de la ciudad para hacer el ridículo en el agro ante la mirada atónita de los agricultores profesionales.

Seria absurdo ocultar los problemas que aparecen en las grandes ciudades, particularmente graves en países pobres; en ninguna he padecido mayor ruido, polución y caos circulatorio que en El Cairo o Bangkok. Nuestra profesión está ahí precisamente para afrontar estos conflictos y proyectar soluciones satisfactorias. Quien no se apasione por este desafío que deje la arquitectura. Este arte nace del deseo de ordenar la naturaleza, si respetarla significa abandonarla a su estado de caos y crueldad sobramos los arquitectos tanto como los médicos, agrónomos, ganaderos o los ingenieros de caminos, canales y puertos.

Vivir en un área urbana significa, ante todo, derecho al anonimato. Nuestros vecinos apenas nos conocen, difícilmente pueden controlarnos. Solo las porteras, confidentes en toda situación dictatorial, nos recuerdan la asfixiante censura de las pequeñas comunidades.

Significa que puedo escoger mis amigos o el colegio de mis hijos en función de mis ideas y no por su proximidad física. Significa movilidad, acceso a la información y al contacto personal y, por tanto, libertad.

Significa estar en uno de los escenarios donde se ha desarrollado y se desarrolla la historia de las ideas, de la ciencia, el arte y la filosofía.

Cuanta información sobre estas ideas nos transmiten aún Atenas, Roma, Florencia, Venecia, Paris, Londres, Viena, Praga, Kyoto o Nueva York.

Reconozco que por primera vez en la historia se están perfeccionando unas vías de comunicación a distancia que pueden sustituir el contacto directo entre las personas y poner en crisis la necesidad de que se agrupen.

Los progresos en televisión, ordenadores y el invento más útil y revolucionario para nuestra vida cotidiana, el fax, permiten dirigir grandes multinacionales desde un chalet a orillas del lago Leman. También parecen hacer posible desarrollar un buen proyecto arquitectónico para Fukuoka desde Barcelona. ¿Es esto un signo que predice la obsolescencia de los centros direccionales, de los barrios de negocios y, por extensión, la aglomeración urbana?

Esta posibilidad hace años que se contempla pero parece que los contactos humanos directos se resisten a ser substituidos y continuamos empeñados en aglomerarnos, llenos de problemas pero entretenidos.