Ciudad y edificio / Palau de la Música

Oriol Bohigas. Arquitecto. Barcelona, 1925

 

Uno de los problemas que se plantea a la arquitectura y el urbanismo de los últimos años es la falta de correspondencia morfológica —significativa en sus aspectos sociales y estructurales— entre ciudad y edificio, un problema que proviene de algunas derivaciones malsanas de ambas disciplinas o, mejor dicho, de la única disciplina que tendría que abarcar conceptualmente a las dos. La arquitectura que sobresale de las actuaciones menos representativas, el diseño de los arquitectos de mayor prestigio académico e incluso de mayor eco publicitario, se empeña en una brillante insolidaridad. Su prestigio llamativo se apoya en la diferencia y quizás en el exabrupto, en la desconsideración de la expresiva continuidad de la ciudad. Por otro lado, en las penúltimas afirmaciones teóricas —y digo penúltimas porque tengo cierta esperanza en las últimas— sobre planes y proyectos urbanos, y en la mayoría de las realizaciones que con un falso marchamo de modernidad simplemente aceptan la presión del mercado, se defienden las ideas de la ciudad dispersa, informalizada, sometida a la prioridad de las operaciones puntuales y los sistemas autónomos de accesibilidad. Ambas tendencias vienen a coincidir en la sucesiva destrucción de las ciudades que tienen una tradición de trazado y de consolidación formal y en la creación de unos nuevos suburbios monumentalizados, en el mejor de los casos, con objetos arquitectónicos insolidarios. La lucha contra esa degradación del fenómeno urbano es, hoy día, una de las prioridades en el debate social y cultural, sobre todo para los que creemos que la ciudad es no sólo posible, sino indispensable en la vida moderna. / Por esta razón me interesan especialmente los esfuerzos de Oscar Tusquets y su equipo en resolver esas contradicciones urbanas. La mayor parte de sus edificios se plantean con una imagen unitaria que se explica en su propia configuración e incluso en su relativa autonomía. Pero, al mismo tiempo, sin perder esa imagen, quieren dar una respuesta —de aclimatación o de reforma substancial— a la estructura urbana del entorno. Es decir, sin renunciar a la autonomía del objeto arquitectónico, se integran a la continuidad urbana aportando el diseño de los nuevos espacios públicos. / El ejemplo más característico y mejor logrado de estos esfuerzos es, seguramente, la reforma y ampliación del Palau de la Música Catalana en Barcelona, un proyecto muy complejo —y de larga duración, con las inevitables correcciones y superposiciones de programa— que está desarrollando en una doble línea. Por un lado subraya el valor autónomo del edificio, resolviendo, incluso, las dificultades del proyecto de Domènech i Montaner que, por imposibilidad de la forma y la situación del solar, sólo pudo ser un episodio en la alineación de unas calles preestablecidas, es decir, un edificio que tenía que extrovertir su monumen-talidad en la eficacia de la composición y la ornamentación. Pero, por otro lado, al completar la identidad del edificio, está creando unos ámbitos urbanos que superan la linealidad restringida y crean unas nuevas formas urbanas que permiten una nueva lectura del entorno. Es decir: completando la identidad autónoma del edificio logra, al mismo tiempo, un nuevo segmento de ciudad en el mismo corazón del centro histórico.

With Juli Capella and Oriol Bohigas