Diez en conducta.

1998

El País

Carta abierta a Rafael Sánchez Ferlosio.

 

Apreciado maestro.
    Acabo de leer su artículo Cero en aritmética y me lo he pasado pipa, sensación que me invade cada vez, aunque muy de tarde en tarde, que alguien me aclara con diáfana sencillez un tema aparentemente enrevesado.
    No voy a decir que su clarividencia y desparpajo me hayan cogido por sorpresa, pues ya los había podido comprobar en otros escritos. Hablando del sarampión de la cultura y de la marginación de la instrucción, nunca olvidaré un articulo suyo de hace bastantes años, cuando esta epidemia empezaba a manifestarse con toda su virulencia. Si mal no lo recuerdo, aquel escrito antológico culminaba con la constatación de que así como al escuchar la palabra Cultura, Goebbels sufría el efecto condicionado de amartillar su pistola, nuestros políticos no podían resistir la irrefrenable tentación de extraer el talonario.
    La verdad es que el tema de si el tercer milenio empezaría el primero de enero del 2.000 o lo haría al inicio del 2.001 no me había interesado mucho hasta que yo también me topé con la columna que provocó su justa irritación y su fantástica lección de aritmética elemental del pasado 1 de septiembre. La noticia de marras se hacía eco de la parida del paleontólogo de Harvard Mr. Stephen Jay Gould, que asegura que Dionisio el Exiguo, al fijar el nacimiento de Jesucristo cometió el “lamentable error” de llamar a esta fecha 1 de enero del año 1 en lugar de llamarla 1 de Enero del año cero.
    Nada podría yo añadir a su indignada, transparente, convincente, y divertidísima réplica. Solamente se me ocurre que es imposible que el año dos de nuestra era Jesús tuviese un año de edad, tendría un año y pico del segundo año, y también que, puestos a introducir el año cero, éste lo sería asimismo del siglo cero, con lo que ahora estaríamos en el diecinueve, y así acabaríamos de una vez con la engorrosa y recurrente confusión de que los italianos llamen quatrocento a lo que para nosotros es el siglo quince.
    Su escrito es incontestable, lo he leído con atención y le prometo que no deberá explicármelo nunca más, y, sin embargo, con el debido respeto, me atrevo a proponerle que no insista en desplazar la celebración de la entrada al tercer milenio a la nochevieja del 2.000, y esto por varias razones.
    Primera; porqué en enero del 2.000 deberemos escribir por primera vez un dos al inicio de una fecha -ya que no creo que escribamos un cero correspondiente al año cero del tercer milenio- y esto tiene su gracia.
    Segunda; porqué, en el caso de que su propuesta triunfase, significaría una tragedia para las compañías aéreas - el Concorde ya tiene previsto celebrar la entrada de año, primero en París luego en New York y por último en Singapur-, para las navieras -la mayoría de los cruceros ya están reservados-, para las agencias de viajes, para los hoteleros, y para los productores de Champagne y espumosos similares -que tienen la vendimia de este año ya comprometida para el final del 99 -.
    Última y más importante; porqué si la celebración de cualquier entrada de año es una experiencia profundamente deprimente, que hace desaparecer nuestra poquísima fe en la humanidad y nos lleva a considerar serenamente la posibilidad de una solución final, imagínese usted cómo será la entrada en un milenio, ¡mil veces peor!. Cuanto antes la suframos, mucho mejor.